sábado, 16 de febrero de 2008

FASES DEL DUELO



Verena Kast, terapeuta de la escuela de C.G Jung, ve en el “trabajo de duelo” una tarea elemental en el proceso de individuación humana
[1]. El hombre debe vivir este proceso de duelo ante las crisis para no quedarse anclado. Vemos, entonces, cómo el trabajo del duelo constituye una reacción psicológica normal frente a una situación traumática ocurrida a una persona. La mayoría de los sujetos afectados muestran una serie de síntomas característicos, y siguen para la elaboración del acontecimiento un conjunto de etapas. No obstante, en ocasiones se presentan dificultades que frenan el proceso, pero que pueden ser superadas con las indicaciones y el apoyo adecuados.En este proceso de elaboración de un duelo el acompañante espiritual juega un papel muy importante para ayudar a las personas a llegar a una verdadera sanación. Veamos el esquema de duelo basándonos fundamentalmente en Verona Kast y otros terapeutas:

1. La fase del no querer reconocer (Incredulidad):
Se niega la pérdida; la persona afectada se siente atónita de horror: “No puede ser verdad, todo es un mal sueño”. Se califica como “fase de shock”, la cual es casi siempre corta. Los allegados y el consejero espiritual deben ayudar dando esperanza.

2. La fase de las emociones que afloran:
Se da en la persona que lleva el duelo un caos de sentimientos: tristeza, rabia, alegría, ira, miedo, culpa y agitación, que se viven entremezclados. En esta fase se debe permitir a la persona en duelo, “abandonarse” a su dolor, pero también a la ira y al miedo. Surge también sentimientos de culpa. El consejero espiritual a través del acompañamiento y de la celebración de la fe ayuda a una extraordinaria función “terapéutica”.

3. La fase de la negociación:
La persona disminuye la agresividad ya que hay una aceptación parcial de la realidad irreversible. Esta transacción se realiza, para las personas creyentes, con Dios. Hay una pregunta esencial por el tiempo: ¿por qué ahora? Se trata de una fase en la que persiste algo de esperanza porque el objeto o la circunstancia perdida pueda ser recuperada. En todo caso estarían presentes de manera simultánea aspectos relacionados con la ausencia real del objeto, y la fantasía de que ésta es parcial y reversible.

4. La fase de la depresión
constituye el cuarto paso en el proceso de aceptación de la pérdida. La persona manifiesta en esta etapa una actitud de apatía y silencio en relación al mundo exterior debido a que se asume ahora la ausencia del objeto. Así, el sujeto comienza el doloroso y difícil trabajo psicológico para desapegarse de éste. De manera progresiva la persona deja de aferrarse a la imagen que tiene de la persona o situación perdida, retirando de ella la energía psíquica (libido) con la cual estaba revestida (proceso que lleva el nombre de decatectización). Eventualmente se dejan atrás también las expectativas y todas las representaciones mentales relacionadas con el objeto perdido.

5. Fase de la búsqueda, del encuentro y del separarse:
Lo que se ha perdido es buscado, conscientemente, en determinadas estancias. La persona afectada por la pérdida de un ser querido aprende cada vez más a vivir la unión con el fallecido como transformado. Sólo cuando se consigue aprovechar las oportunidades que se abren tras la muerte de un ser querido, se convierte entonces el proceso del duelo en un creativo proceso de crecimiento de la personalidad.

6. Fase de la nueva referencia propia y del mundo:

La última etapa es la de aceptación y paz: se evidencia que la energía mental retirada de los objetos se concentra en el yo del sujeto, de tal forma que la persona experimenta una estado temporal de narcisismo. La atención se centra entonces en el sí mismo, en detrimento del mundo exterior y de las demás personas. Se acepta ahora aquella situación de ausencia que no es posible cambiar, a partir de lo cual se vive una sensación simultánea de tristeza y serenidad. La pérdida está aceptada. Para el que ha perdido un ser querido, el difunto se ha convertido en una figura interna. Se está reconciliado con él y con la muerte.

[1] Isidoro Baumgartner, Psicología Pastoral, Introducción a la Praxis de la Pastoral Curativa, pp. 191, Desclée de Brawer.

lunes, 11 de febrero de 2008

PROCESO DE LAS CRISIS PSIQUICAS

Conceptos Psicológicos del proceso

Erika Schuchardt desarrolló un modelo de las fases para las crisis psíquicas, diferenciado y válido empíricamente
[1]. En las fases se verifica una sucesión de tres estadios con, en total, 8 fases:

Estadio de acceso I: Dimensión cognitiva bajo control ajeno:
Se entra en acción con una vivencia crítica. La primera reacción que se da es la incertidumbre (1 fase), ¿qué es lo que pasa en concreto?. La segunda reacción es la certeza del suceso crítico (2 fase), se construye una defensa emocional: si, pero ¿esto no puede ser?.


Estadio de tránsito II: Dimensión Emocional Incontrolada:
Después de la certeza, viene la irrupción de agresiones (3 fase) “totalmente descontroladas”: contra amistades y familia, contra uno mismo, contra el destino. ¿Por qué precisamente yo?. En una cuarta fase, entran en acción deliberaciones contra los médicos, el destino, “con Dios y el mundo”. Se recorren caminos en búsqueda del milagro. ¿si... pero entonces tienes que?. La quinta fase es de profunda depresión en la que predominan sentimientos de sin sentido y tristeza. ¿Para qué, todo es un sin sentido?.

Meta Estadio III: Dimensión de acción autocontrolada:
La sexta fase se refiere a la “aceptación”, se reconoce por primera vez. ¿Qué se pude hacer con lo que todavía está aquí?. Después se pasa a la fase séptima: “actividad”, que desemboca en grupos de auto ayuda.¡Lo pude hacer¡ Finalmente se llega a la fase octava: “solidaridad”, el yo comienza a prescindir de sí mismo y será, capaz de asumir, en el nosotros en común, responsabilidades sociales. ¡Nosotros actuamos¡.

En este proceso de transformación de la crisis, la comunicación juega un papel sobresaliente, de modo, que se puede avanzar de una fase a otra y así alcanzar el estadio meta: “aceptación, actividad y solidaridad. El acompañante espiritual debe tener en cuenta este proceso para ayudar a las personas a superar sus crisis.

EL DUELO

En su texto de 1915 (Duelo y Melancolía) el psicoanalista Sigmund Freud introdujo el término de duelo para referirse a un afecto normal que se presenta en los seres humanos como "reacción frente a la pérdida de una persona amada o de una abstracción que haga sus veces, como la patria, la libertad, un ideal, etc. ." En este sentido el duelo no solo se presentaría frente a la muerte de un ser querido, sino también en relación a situaciones que impliquen la evidencia para el sujeto de una falta, o de algo que ha de dejar atrás y que no volverá a recuperar, pero que deja siempre un recuerdo. De este modo la magnitud de un duelo es proporcional a la importancia emocional de lo perdido. El divorcio, la ruptura amorosa, el desempleo, un secuestro, una enfermedad, por supuesto la muerte, un robo y hasta una mudanza o trasteo son todas experiencias que nos sacuden en mayor o menor grado, que alteran nuestro mundo ordenado, confiable y predecible y que generan una respuesta que se llama duelo.

En este sentido nos dice la Ps. Isa Fonnegra
[2], que se habla de duelo para referirnos a la reacción que le sigue a una experiencia de pérdida. El duelo equivale entonces, en términos de tiempo, a lo que llamamos luto, o sea al período que le sigue a la pérdida; y en términos de reacción es la respuesta física, psicológica y espiritual que busca readaptarnos a un mundo diferente, cambiado, en donde ya no está aquello que se perdió.

El duelo duele. Y ese dolor hay que vivirlo. No se debe esquivar ni evitar. Tan solo decrecen en intensidad cuando se gasta, sintiéndolo. Tampoco convienen, entonces, las medidas o muletas para adormecerlo o embolatarlo como trastearnos de casa o de ciudad, ingerir sustancias que lo mitiguen (alcohol, drogas, antidepresivos, etc), tomar decisiones drásticas como casarnos o romper una relación amorosa, interrumpir los estudios, encargar otro bebé, trabajar sin descanso o huir de los recuerdos, etc.

Se ha comparado al duelo con una herida física, que en el mayor de los casos debe cicatrizar para dejar de doler aunque nunca se borre. También con un viaje del punto inicial del dolor al punto donde se consigue un reacomodamiento a la nueva situación, recorrido que el doliente elige cómo y cuándo quiere hacer.

También con un proceso de cambio en nuestra identidad, en nuestro ser, en nuestro mundo que exige un replanteamiento de lo que hasta antes se daba por sentado y una búsqueda creativa de nuevas (y a veces mejores) alternativas para estar en el mundo.

En todo caso, el duelo corresponde a un proceso psicológico que se presenta en una persona frente a una situación traumática, la cual implica una pérdida y a la vez genera pesar. Mediante el trabajo del duelo se busca que la persona acepte la pérdida, readaptándose a la nueva realidad de ausencia del objeto, condición esencial para la elaboración normal del duelo.


[1] Ibi, p 188-189
[2] Isa Fonnegra de Jaramillo, Sicóloga Clínica. Autora de “De Cara a la Muerte”